domingo, 1 de noviembre de 2009

Milagro


La tarjeta hace click en la puerta. Un espacio silencioso y vacío me recibe. Árido como un hueco en el desierto más remoto. Frío e inmenso como la tierra en el Polo Norte. Algo helado pega en todo mi cuerpo, que apenas se resiste después de un día caluroso y agobiante. El bálsamo reparador que limpia las ruinas del viaje. Enciendo una pequeña luz. Todo parece blanco y negro, porque es blanco y negro, aunque hay algo plateado, algo cobre en un rincón y una pintura de flores frescas que regalan el único toque de vida a la habitación. Estoy lejos de casa. Me siento fuera de mi, extraña. Extraño. Me extraño.
El baño no es menos blanco y pulcro que el resto. Dejo que el agua fría llene la bañera y el perfume de unas sales de lavanda inundan todo. Busco algo para tomar, bajo el aire acondicionado para no morir tempranamente de un espasmo, me saco la ropa y la tiro al piso, hago uso y abuso del wi-fi y pongo música on line. Qué rareza es un cuarto de hotel… no hay tiempo, no hay espacio. Me zambullo en el agua, la voy entibiando y me recibe blanda, sedosa, como una tela que abraza mi piel. Llegar, al fin, después del trayecto impensado del día más caluroso del año. Siento mi respiración en el fondo del agua, tapando mis oídos eso es posible y me gusta. La música aparece y desaparece. Cat Power me arrulla arrastrando las palabras. Salgo del agua, no sin esfuerzo y me froto el cuerpo. Me seco, me peino, me estiro en la cama y me quedo así, perdiendo el tiempo. Qué maravilla… tan poco tiempo tenemos que nos olvidamos a veces de perderlo. Así es, en esos espacios tan raros es donde a veces, suceden los milagros.

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