lunes, 1 de marzo de 2010

Bla, bla, bla

La mujer habla, habla, habla, bla, bla, bla… Yo escucho pero hago como que no escucho. Es que no puedo creer lo que estoy escuchando. Y por eso trato de distraerme. Pero es más fuerte su voz, más gritona, que la de los chicos que juegan cerca y más ruidosa que el mar y el viento que hay a mi alrededor. El sol nos calcina y pienso entonces, que su cerebro esté un poco recalentado y por eso dice lo que dice desde su boca fruncida, pero enseguida me doy cuenta de que no es la primera vez que lo hace. Es de la clase de mujer que en esto tiene práctica y años de entrenamiento. No está improvisando: es una profesional.
Es rubia, teñida, de pelo corto y cuidado. Andará por los cuarenta largos. Tiene cara de joven, pero una actitud de mujer demasiado gastada. La malla enteriza, negra con bordes blancos, cubre sus abundantes pechos y su panza saliente. Desparramada en una reposera, mira al sol de costado, porque sus ojos se clavan sobre todo en la otra reposera, la de al lado. En ella descansa un cincuentón al que sólo veo su peluda espalda. Es su esposo, comprendo al rato de escucharla, ese que está debajo de la sombrilla.
Ella no para de decirle cosas. Horribles, todas. Tal vez a él no le parezcan tan terribles, o haya logrado encontrar la fórmula para no escucharla más estando a su lado. Él no se mueve. No le responde, no la mira. Mira al mar. La señora esposa le dice que “claro que cuando vaya a Miami va a ir con Roberto a comprar, porque con él no va, porque él le hace probar todo antes de comprar y a ella le gusta comprar sin probar”, y entonces le dice “que hay gente que nace para mandar y otra para ser mandada, y que él no es como ella que nació para mandar, que a él lo pasan por encima todos” y no se queda ahí la cosa, porque la remata diciendo que “mejor que la camioneta la compremos roja, porque vos sos yeta, ¿entendés? Sos yeta” y así, la seguidilla de cosas.
¿Cómo una persona puede maltratar así a otra?¿Cómo la otra persona puede dejarse maltratar así? Imagino entonces, qué es lo que ese hombre está pensando… si durante años, y cada día de su vida esa mujer le habla de esa manera. Siento vergüenza de ser testigo sin querer serlo, de algo tan privado y a la vez tan denigrante. Porque ella despierta un desprecio atroz, pero también lástima. Y él, bueno, él podría convertirse en uno de esos hombres que encuentran la causa para huir a otra vida en la mancha de café que no salió de la camisa que más amaba. Porque así lo imagino. Pero yo sólo estoy escuchando la campana que no para, el taladro de ella. ¿Qué motivos tendrá? ¿Qué culpa le estará haciendo pagar a su marido para tanta salvaje acusación? Y un día, el hombre se cansará de esa mujer y la dejará, seguramente con todo el dinero, con la casa, con todo, pero se irá, tal vez a Miami con su secretaria a comprar de todo sin probar nada antes.