sábado, 5 de septiembre de 2009

La esquina


Todas las mañanas paso por la misma esquina. El mismo colchón tirado en la vereda, cubierto de trapos sucios que dejan adivinar un cuerpo en reposo debajo de un enjambre de telas. Un día es un pié, delgado y envuelto en una media oscura; otro día, una mano de dedos largos, casi negros. Nunca un rostro. El colectivo pasa bufando por la calle y dobla hasta que pierdo de vista esa esquina, la misma de cada mañana, desde hace meses.La presencia de ese ser del que nada se y pocos sabrán, seguramente, afirma que un día más comienza. Hasta que se levante, doblado sobre el colchón mugriento, se rasque la cabeza, se acomode unas zapatillas gastadísimas e intente atarlas, se afirme sobre sus pies helados y mire borrosamente el sol que ya estará alto pero no calentará nada porque todavía es invierno. Hasta ese momento, el día está empezando. No sé si es hombre o mujer, joven o viejo; el bulto no es demasiado pequeño, así que no creo que sea un niño. No se deja ver, es como un fantasma que está puesto ahí para recordarnos que estamos acá, del otro lado. Es un espejo, o un espejismo, como uno elija. El espejo de la pobreza y del olvido, de la soledad, de alguien a quien nadie más buscó ni quiso encontrar. Alguien que se dejó primero a sí mismo, y luego, a todos los demás. Alguien que fue dejado, abandonado, sepultado bajo todos esos trapos que le sirven de mortaja y de refugio a la vez. O puede ser un espejismo, el de un gran rey que juega a verse así para distraer a los acreedores de la vida, escapando de la envidia, de la mirada de los otros. Porque eso sí, casi nadie lo ve, nadie lo mira. Es una presencia ausente, un pedazo de escombro humano que sobró de alguna vida.
Hoy pasé por la misma esquina y nada. Ni un rastro del colchón, de los trapos, del bulto. Nada. El día empezó, de todos modos, aunque nublado y húmedo. Alguien había limpiado la vereda, porque no había mugre, no había rastros, no había huellas. La nada. Quién sabe. Se me ocurre pensar que tal vez alguna persona finalmente, lo vio, le habló, y se lo llevó a un sitio mejor, al menos mientras dure el invierno. Quién sabe.