viernes, 20 de noviembre de 2009

Huellas


Camino por la ciudad con una nueva mirada detrás de mis ojos. Algo cambia con el tiempo. Y es que hay un tiempo, cualquiera, que no tiene que ver con la edad que dicta el documento, ni con la que aparentamos tener, ni con la que soñamos retener o alcanzar. Es en ese tiempo en el que descubrimos la verdadera misión de estar en el camino, tránsito inesperado, siempre solos aunque acompañados, doloroso y maravilloso a la vez.
Dejamos de ser observadores, de caminar cuidadosamente por la línea pintada por otros, para sorprendernos por la nueva línea que nuestras propias huellas van alimentando. No son huellas de nuestras pisadas, son huellas que se nos anticipan al pisar, que delinean el rumbo. Es la consciencia más profunda de que el camino lo hacemos nosotros.
Antepasados remotos bailan a mi alrededor, en una noche de luna llena que inunda con su luz el lugar más apartado del bosque. Es un sueño, lo se, pero no me importa. Es tan real como cualquier otro episodio de mi vida pasada, presente, futura. No tengo miedo. Están conmigo las mujeres que armaron mi familia antes que yo, las que conocí y pude abrazar (Ema, Haydée, Ramira, Chola…) las que aún están físicamente conmigo (mi madre, Pepa, Alicia…), las que no llevan mi sangre, pero sin embargo, son parte de mi vida (Carmen, Cris, Matilde…). Todas ellas me acompañan, silenciosas, sabias, consejeras. Me dan la mano y arman una ronda inmensa que se pierde. No veo algunos rostros, porque el tiempo que pasó es mucho. Algunas mujeres son extrañas para mi, pero se que son parte de mi. Serán hermanas de la bella Sicilia, de los Pirineos, de la costa gallega, de las islas griegas… Juntas vamos transitando el camino. Y ahí están también mis hijas, las dos, tomadas cada una de una de mis manos. Es perfecto. Todo es perfecto. Es un sueño, si, pero qué maravilla este sentir.