domingo, 21 de marzo de 2010

La vida es juego


Vida no es una señora vieja, no es una mujer. La imagino como un niño. No importa el sexo, no importa el color de su piel o sus rasgos, sino su carácter: cruel. Pero no hablo de “maldad”, digo “crueldad” porque ésta tiene mucho más que ver con los niños, con su sinceridad a prueba de prejuicios y valores. Ellos expresan de manera contundente lo que muchos piensan pero no dicen. Pero esa es la crueldad de los niños, la que encierra cierta ingenuidad. La vida no es ingenua, porque es un niño-viejo, como un vampiro que siempre está sediento, siempre. Y siempre quiere jugar. Es incansable, porque es infinita, y su vitalidad también, por supuesto. Entonces, nos invita y nosotros caemos en su trampa como niños, otra vez. Nos lleva de la mano y jugamos a la ronda redonda, bailamos a su ritmo desenfrenado y creemos en la felicidad eterna. Algunas noches jugamos a las cartas, y cuando tenemos la mejor mano, la vida nos cambia de juego porque dice que se aburrió, y nos damos cuenta de que las cartas estaban marcadas y nunca tuvimos oportunidad. Niño o niña vampiro, nos toma suavemente y nos da clases de ajedrez sentados a una mesa que tiene el tablero dibujado. Pero no hay manera de ganarle… nos da respiro por un tiempo, para que sintamos el sabor del triunfo en la punta de la lengua, pero pronto desdibuja el tablero y nos quedamos sin nada. Cuando juega a las escondidas sufrimos demasiado: no la vemos, está lejos, se nos va, nos enfermamos el cuerpo, el alma, como sea, la vida nos parece un fantasma. Pero ella decide, casi siempre y entonces vuelve brillante y aparece de entre bambalinas para desplegar sus alas de vampiro disfrazado de querubín radiante y celestial. Y nosotros otra vez confiamos. “Humanos tontos y mortales”, pensará mientras juega con nosotros al bingo, a la lotería, a las damas, a la ruleta, al póker, al truco, al gallito ciego… nunca termina, nunca se cansa. Y nosotros tratamos de seguir su ritmo, o acomodar nuestro ritmo al corazón que late dentro nuestro marcando como un reloj, que aún es tiempo de salir a jugar. Hasta el día que, sin ningún motivo, se canse de nosotros y nos suelte de su ronda redonda y nos deje solos para siempre. Con su hermosa mirada, tan cruel y tan poco compasiva, la veremos alejarse de nuestro lado y la extrañaremos, a pesar de todo o por eso mismo. La vida es juego, vamos a jugarla. A jugarse. ¡Juguemos!.