El miedo nace cuando nacemos. Compañero de viaje fastidioso o atento, según las circunstancias y el trayecto, nos asalta sin previo aviso y nos viene a desbaratar los planes armados cuidadosamente bajo la falsa idea de "tengo todo bajo control".
A veces, el miedo es padre de la niñez, y nos asusta como el hombre de la bolsa, corriendo detrás nuestro en oscuras pesadillas. En ciertos momentos de la vida, es un miedo chiquitito, compartido, universal, socialmente aceptable, como el que sentimos cuando "vamos a ser" madres o padres. Ante las decisiones importantes, el miedo puede ser aliado o contrincante, paralizante o activador de todo aquello que queremos hacer y no nos animamos a empezar de una buena vez (aunque no sea para siempre). El miedo se cree tan importante que aparece a cualquier hora, en cualquier lugar, como si nosotros estuviéramos siempre listos, con los brazos abiertos para él. Pero el miedo no es un amante solícito y ardiente, ni un padre cariñosos, ni un amigo fiel. El miedo no existe, pero que los hay, los hay.
1 comentario:
... es fotofóbico. Eso está a nuestro favor.
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