Hay otro mundo en el que las cosas ocurren de otro modo, de uno muy singular, diferente a todo lo que conocemos hoy, aquí y ahora. En ese espacio/tiempo no hay ni espacio, ni tiempo, no hay nada que importe más que lo que somos en esencia. Existen sí, algunas "cosas" (sucesos, sentimientos, historias, sensaciones...) que no pueden ser nombradas, porque las palabras son un invento, y ellas están más allá de la comprensión humana. No podemos aprehenderlas, no podemos sujetarlas. Las sentimos, las abrazamos, nos abrasan con pasión hasta quemarnos, suspiran al oído, respiran sobre nuestra nuca, posan sus cuerpos sobre el nuestro, apretándonos con fuerza y delicadeza a la vez. Pero no podemos hablar de eso, no podemos descifrarlo, desgranarlo, desmenuzarlo, diseccionarlo. El conocimiento es la gran trampa a la imaginación, pero a veces no podemos hacernos trampa. Es entonces cuando, en esos instantes, que de tan reales parecen mágicos, el sueño anida en nuestras retinas y ya no hay sufrimiento, ni duda, ni miedo. Sabemos lo que queremos, sabemos lo que sentimos, sabemos que es nuestro íntimo río de sensaciones viejas y nuevas, las mismas que nos llevarán por el cauce que nos pertenece ahora, siempre.
La vida, la escencia, vos, yo, nosotros, todos. Las redes invisibles que nos unen para siempre cuando nos cruzamos una y otra vez, en el mismo tiempo/espacio que es otro, pero es el mismo.
(Escribo esto empapada, poseída casi por el mundo creado por Murakami en Kafka en la orilla. Gracias, Maestro)