La espera se enciende muy adentro mío, en lo profundo de mis entrañas, en el centro más íntimo de mi cuerpo. Espero, ¿qué espero?... espero. Las venas se inundan, diferentes. El cuerpo me duele, me pesa. No puedo recordar cuánto tiempo dura esa sensación tan especial y nueva, de llevar vida recién viva tan adentro y aún, no saberlo.
Cierro los ojos y vivo el instante de la noticia. Como si mi cuerpo entero supiera, antes de saberlo. Se derrama el sentir con mucho más detalle y entonces rebrotan las sensaciones que lo urgen, que lo alimentan o lo angustian. Mientras el doctor comenta algo sobre el tiempo, me pregunta si es mi primer embarazo (lo veo hoy, como si fuera hoy). Y yo le digo que no, y que no se si es uno o son dos. No tengo ni idea de porqué mi voz sale diciendo eso. Como si alguien dictara desde dentro de mi propia cabeza cada una de las sílabas que salen atadas y raras. Ni siquiera le hago caso al comentario del médico que me pregunta si tengo antecedentes de mellizos. Espero a que apoye el ecógrafo sobre mi panza aún pequeña, sorprendida de mi misma, de mi gran certeza de que si, son dos. Ahí termina todo. Ahí empieza todo. Una noticia, un nuevo tiempo, la felicidad absoluta de sentirme una rara entre las raras. Fantástica, sentirme única entre las únicas.
Ese fue el comienzo de un tiempo de grandes alegrías, de sorpresas, de felicidad, pero también de mucho trabajo, de agotamiento, de cansancio, de soledades y distancias. No hubo tiempo para nada más que para hacer, hacer, hacer. Y el Ser fue quedando solapado, no sólo para mi.
Hoy, sin embargo, siento que esa experiencia salvó mi vida. Me enseñó la importancia de Ser, de volver a Ser, desde otro lugar. Aprender a vivir la comunión increíble y sustancial que hay entre Amor y Humor, necesaria para sobrevivir.
Mis hijas, estoy segura, me hablaron antes de nacer y eligieron llegar a través de mi cuerpo hasta aquí, para vivir. Celebro hoy ese camino que llevamos recorriendo juntas. Ellas son dos seres hermosos, llenos de luz y de sentimientos intensos. Cada una con su cielo, cada una con su alma, siempre tendré que agradecerles el haberme abierto los ojos frente al espejo. Gracias, hijas de mi corazón. Las amo.