Tan livianos como para hamacarse en el viento. Como las babas del diablo. Invisibles y delgados, de hilo de costura apretada en el ruedo de un vestido de primavera. Tan resistentes al tiempo como la tanza del pescador más experimentado, que lucha contra viento y marea desde su bote para atrapar al gran pez. Suaves, delicados, porfiados, no son nunca ovillos sino dibujos deshilachados en el aire. Sobre el cielo, los hilos se dividen en hebras de tonos imposibles: son dorados, de plata, azules, cobrizos, rojos. Recorren infinitas distancias, de tiempos y espacios insondables, pero siempre llegan a destino. Hilos que son caminos. Hilos que abrazan y celebran bailoteando en una terraza, en un parque, en una mesa, en un silencio de noche. En la luna, también bailan, los hilos de tus ojos, de tu alma. Mientras tanto, la música siempre señala el recorrido.