Es rareza de sentimientos y gustito a sidra con frutillas. No es recuerdo, ni voces del pasado. Es abuelos saludando desde las estrellas, aunque el cielo no acompañe. No es papá, ni Noel, ni del otro. Es papá en la película de la infancia, cuando más hacía falta. Es hijos, felicidad y risas, ruido de charlas alrededor de una mesa que desborda de comida casera. No es mi fiesta, no es cualquier fiesta. Es una fiesta con muchos sentidos, con mucho. Es pan dulce, es postre con crema, es regalitos para todos alrededor de un árbol, debajo de la cama, en cada rincón. No es brillante, aunque haya fuegos artificiales. Es luz tenue, de una noche con velas, con reflejos tímidos, con humores y amores que se mezclan. No es un corazón vacío. Es un corazón de almendras con miel, de árbol que crece, de sueños, de presente. No es lo que parece. Es lo que es.
sábado, 26 de diciembre de 2009
viernes, 11 de diciembre de 2009
Había una vez...
“Había una vez…” así empezaba los cuentos mi abuela. Y después, el todo. Navegar quién sabe hacia qué tierras inhóspitas, salvajes, arenosas, boscosas, de hombres valientes o terribles y mujeres astutas, sabias o inocentes. Sus relatos tenían los condimentos irresistibles que ella misma sabía ponerles: misterio, para despertar la curiosidad hasta en los más desatentos; drama y amor, para atrapar la atención de las chicas; aventura y terror, en su cuota justa, la suficiente como para que ninguno de los chicos abandonara su lugar en la ronda. Y si había adultos cerca, el doble sentido escapaba de su afilada lengua y su media sonrisa, casi sin disimulo.
Los cuentos son de los que los tejen y de los que tienen el placer de destejerlos. Nunca es lo mismo para dos personas. Esos cuentos, no nos dejaban la misma sensación a todos. Si yo imaginaba una heroína morocha y de ojos verdes, con largas trenzas y espada al hombro, montada sobre un gran dragón volador, otros la hacían una delicada princesa de cabellos dorados, o plateados de tan claros que eran, yendo de un lado a otro con total gracia y elegancia, sobre sus propios pies alados.
Tan dúctiles eran las palabras de mi abuela, que todo era posible en sus relatos. La imaginación era la verdadera protagonista, el molde sobre el que vertíamos nosotros mismos el contenido de nuestros sueños junto a los suyos. Ella tenía el don de preguntar en el momento preciso mientras tejía la red de la historia: -¿y ustedes qué imaginan que pasó entonces?- y lograba sacarnos de la boca las cosas más insospechadas y más inverosímiles que podíamos haber dicho alguna vez. Con ese alimento casero, como sus tortas o buñuelos, fuimos creciendo todos a su alrededor.
Los cuentos tienen la pasión de la entrega si se narran con el corazón abierto. Los cuentos tienen el espíritu de un regalo hecho por un artesano y son imposibles de valuar. Los cuentos nos transportan a otras vidas y a otros mundos, para poder hacer más soportable un momento doloroso, una pérdida, un olvido, un adiós. Los cuentos son remedios para el alma, para el cuerpo. Porque como decía mi abuela, “son una misma cosa, alma y cuerpo, lo blando y lo duro de una misma cosa”.
Los cuentos son de los que los tejen y de los que tienen el placer de destejerlos. Nunca es lo mismo para dos personas. Esos cuentos, no nos dejaban la misma sensación a todos. Si yo imaginaba una heroína morocha y de ojos verdes, con largas trenzas y espada al hombro, montada sobre un gran dragón volador, otros la hacían una delicada princesa de cabellos dorados, o plateados de tan claros que eran, yendo de un lado a otro con total gracia y elegancia, sobre sus propios pies alados.
Tan dúctiles eran las palabras de mi abuela, que todo era posible en sus relatos. La imaginación era la verdadera protagonista, el molde sobre el que vertíamos nosotros mismos el contenido de nuestros sueños junto a los suyos. Ella tenía el don de preguntar en el momento preciso mientras tejía la red de la historia: -¿y ustedes qué imaginan que pasó entonces?- y lograba sacarnos de la boca las cosas más insospechadas y más inverosímiles que podíamos haber dicho alguna vez. Con ese alimento casero, como sus tortas o buñuelos, fuimos creciendo todos a su alrededor.
Los cuentos tienen la pasión de la entrega si se narran con el corazón abierto. Los cuentos tienen el espíritu de un regalo hecho por un artesano y son imposibles de valuar. Los cuentos nos transportan a otras vidas y a otros mundos, para poder hacer más soportable un momento doloroso, una pérdida, un olvido, un adiós. Los cuentos son remedios para el alma, para el cuerpo. Porque como decía mi abuela, “son una misma cosa, alma y cuerpo, lo blando y lo duro de una misma cosa”.
jueves, 3 de diciembre de 2009
Luna de metal
Hoy es un día azul metalizado. De sabor ácido como los caramelos de ananá que, quién sabe porqué, son precisamente de color azul. Sabe a metal mi boca, algo seca, algo deshidratada. Mi boca que no encuentra saciarse con la lluvia, con el agua, con la miel, con nada. Hoy es un día áspero, rugoso, que aprieta mi pecho hasta hacer doler las costillas, que crujen, se quejan de tanto ardor.
Hoy el día se viste de nostalgia, de cielo acaramelado, de manzanas, de árboles y bancos de plaza. Hoy la gran reina del pasado se sienta almidonada sobre mi cabeza y no me suelta. Sacudo mis hombros, camino rápido, esquivo su mirada, no quiero ni olerla, pero nada: salta hábil sobre mis sentidos y no me deja. Quiere decirme algo, quiere contarme una historia. Yo no se si quiero escucharla, pero no puedo salvarme de su relato. Debo escuchar para aprender.
Sabia, inmensa e inteligente, la reina me cuenta la historia, sin evitar ni un detalle. Y mis ojos se humedecen, se abren, se achican, se llenan, se ríen, se pierden. Mi memoria vuela sobre el tiempo de la noche que ya llega, a este día azul metalizado. El cuento no tiene principio, no tiene final. Es un círculo precioso, de hechos más o menos importantes, una historia matizada por nombres, lugares, que podrían no ser, pero son, aunque no importa que sean.
Quiero correr al encuentro de la noche. Ver la luna llena, plena, redonda, mansa, altiva, hipnótica, rebosante, desmesurada, atrevida. Quiero ir desvistiendo mi persona, desprendiendo mi andamiaje, desarmando mis costuras, mientras corro al encuentro con la luna. Fue un día azul metalizado. La luna no parece estar menos triste que otras noches de luna.
Hoy el día se viste de nostalgia, de cielo acaramelado, de manzanas, de árboles y bancos de plaza. Hoy la gran reina del pasado se sienta almidonada sobre mi cabeza y no me suelta. Sacudo mis hombros, camino rápido, esquivo su mirada, no quiero ni olerla, pero nada: salta hábil sobre mis sentidos y no me deja. Quiere decirme algo, quiere contarme una historia. Yo no se si quiero escucharla, pero no puedo salvarme de su relato. Debo escuchar para aprender.
Sabia, inmensa e inteligente, la reina me cuenta la historia, sin evitar ni un detalle. Y mis ojos se humedecen, se abren, se achican, se llenan, se ríen, se pierden. Mi memoria vuela sobre el tiempo de la noche que ya llega, a este día azul metalizado. El cuento no tiene principio, no tiene final. Es un círculo precioso, de hechos más o menos importantes, una historia matizada por nombres, lugares, que podrían no ser, pero son, aunque no importa que sean.
Quiero correr al encuentro de la noche. Ver la luna llena, plena, redonda, mansa, altiva, hipnótica, rebosante, desmesurada, atrevida. Quiero ir desvistiendo mi persona, desprendiendo mi andamiaje, desarmando mis costuras, mientras corro al encuentro con la luna. Fue un día azul metalizado. La luna no parece estar menos triste que otras noches de luna.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)