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lunes, 10 de enero de 2011

Luna

Sutil, como la seda, supiste tocar mi piel con ternura. Mis manos compartieron con las tuyas ese espacio que solamente existe cuando estamos cerca.
Si no estás, no hay lugar para la alquimia, ni el desorden. Si no estás, el instante construido se desarma en gajos y semillas. Dan origen a otro instante, perenne y de follaje intenso.

¿Qué vive de esto?

El paso del tiempo alado.


Las gárgolas que cuidan las Tres Marías.


La canción que se hamaca en el silencio.


El puente de tu alma.


La luz espera que tus ojos amparen tanta vida y que descifres el secreto de esta noche, para siempre, para que puedas sonreir, como antes.

viernes, 14 de mayo de 2010

Inocencia


Dicen que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, en todo caso. Dicen que “la inocencia te valga”, cuando te hacen una broma, casi siempre pesadita, pero te la tenés que bancar porque es el día de “los Santos Inocentes”. Dicen que es inocente quien hace las cosas “sin darse cuenta”. Dicen, dicen. “Se dice de mi”… cantaba la grandiosa Tita.
Ser inocente ¿es bueno o malo? Imposible medir en esos términos, al menos imposible verlo en términos tan absolutos. Podemos sentir que por ser demasiado inocentes, nos metimos en un sitio en el que era mejor no entrar, jugamos a las cartas con cartas marcadas (por otros) y sencillamente, salimos lastimados. ¿Inocentes de cargo y culpa, aunque todos nos hayan avisado? ¿Aunque algo en nuestro interior nos haya repicado como campanas al viento, como alerta roja? No me lo creo. No me creo inocente a esta edad. No soy inocente de todo lo que hice y hago en la vida. Puedo decir que el “estado de inocencia” no es algo tan loable como se supone que debería ser, como se ha querido enaltecer a lo largo del tiempo en nuestras sociedades. El estado de inocencia, en un adulto, por lo menos, es algo bastante peligroso, para el propio “inocente”. Un inocente cree sin prejuicios en todo el mundo, es confiado, avanza sin mirar las dificultades, porque piensa que todos son tan “inocentes” como él. Libres de cargo y culpa, almas puras y limpias. Sin pasarme al otro extremo del ovillo, sin andar por ahí con armadura y escudo, creo en la necesidad de dejar la inocencia para “la edad de la inocencia”, y rescatar otros valores más importantes a la hora de la supervivencia en este mundo. Experiencia, sentido común, observación, solidaridad, agudeza, respeto, calidez, Amor (si, con mayúsculas). Pero la inocencia… es una de las grandes virtudes de una edad remota. Mejor me animo a vivir la ingenuidad en la mirada, la del descubrir, la de la recuperación de la INTUICIÓN. Eso si es cosa de adultos. De adultos que se saben seres humanos crecidos, y con una historia detrás. No voy a caer en la trampa. Disculpen si molesta: pero a esta altura del partido, nadie es un santo inocente.

lunes, 29 de marzo de 2010

Parte del aire

No puedo mirarlas. Hay algunas fotos en las que yo aparezco que no puedo mirar. No quiero verlas. No se trata de las más viejas, de las de mi infancia. Esas guardan recuerdos, sensaciones e instantes preciosos y muchas veces, dulces. Las de la adolescencia tampoco son las que me prohíbo. En esas soy tan mutante de una a otra que casi no me reconozco, pero soy, soy esa. Es genial verme tan joven y a la vez en el comienzo de todo lo que vendría después. Y es tan gratificante reconocer en esas fotos a algunos amigos que aún llenan mi vida hasta hoy, con la certeza de que nos tendremos para siempre. Tampoco se trata de esas fotos en las que uno dice “qué mal salí”, “tirá esa foto, por favor”. No es esa sensación, porque de esas imágenes hay muchas, pero sólo me divierto mirándolas.
Las fotos que no puedo mirar son las de mi muerte. De mi muerte “pequeña”, con minúsculas, pero muerte al fin. De ese tiempo en el que todo se movió, para aquietarse de golpe, con una frenada tremenda que me pescó sin cinturón de seguridad. Son las fotos de ese mes, de esa semana, de ese día y sus días rodeando el momento de mi hundimiento más profundo en el mar del desconcierto, de la ausencia, de la angustia, del dolor. Mar del que pude ir saliendo, de a poco, sin ahogarme del todo, pero con olas altas como gigantes que sacudían mi cuerpo convertido casi en esqueleto danzarín.
Es ahí cuando están las manos amigas, las del cariño, las de la familia de sangre y de la otra, la del Amor, con mayúsculas. Pero a pesar de todo, uno está solo, absolutamente solo ante el maremoto de los sentimientos y la angustia de saber. Conocerse, descubrirse, darse cuenta de una vez por todas. Y no hay vuelta atrás. Después de esa muerte, hay que volver a nacer. Hay una transformación, tan dolorosa quizá como el instante previo a la Muerte. En esos instantes, días, me despedí de algo que era parte de mi y ahora estoy abrazando mi nueva carne que asoma lenta, tranquila, brillante, paciente. No quiere apuros, desea que la esperen. No quiere violencia ni temores, quiere que la amen, como es. No quiere ser perfecta, sólo ser, como pueda ser. Así me siento. Naciendo, nuevamente. Y es tan doloroso como natural. A veces me pregunto cuántas pequeñas muertes y grandes nacimientos tendré que sostener a lo largo de mi vida… sólo espero tener la fuerza siempre para ir hacia adelante, aunque cueste. Y si no la tengo, buscar ayuda y encontrarla. Con calma, la calma que precede a la tormenta más bella y más tremenda que se da dentro de uno mismo.

domingo, 21 de marzo de 2010

La vida es juego


Vida no es una señora vieja, no es una mujer. La imagino como un niño. No importa el sexo, no importa el color de su piel o sus rasgos, sino su carácter: cruel. Pero no hablo de “maldad”, digo “crueldad” porque ésta tiene mucho más que ver con los niños, con su sinceridad a prueba de prejuicios y valores. Ellos expresan de manera contundente lo que muchos piensan pero no dicen. Pero esa es la crueldad de los niños, la que encierra cierta ingenuidad. La vida no es ingenua, porque es un niño-viejo, como un vampiro que siempre está sediento, siempre. Y siempre quiere jugar. Es incansable, porque es infinita, y su vitalidad también, por supuesto. Entonces, nos invita y nosotros caemos en su trampa como niños, otra vez. Nos lleva de la mano y jugamos a la ronda redonda, bailamos a su ritmo desenfrenado y creemos en la felicidad eterna. Algunas noches jugamos a las cartas, y cuando tenemos la mejor mano, la vida nos cambia de juego porque dice que se aburrió, y nos damos cuenta de que las cartas estaban marcadas y nunca tuvimos oportunidad. Niño o niña vampiro, nos toma suavemente y nos da clases de ajedrez sentados a una mesa que tiene el tablero dibujado. Pero no hay manera de ganarle… nos da respiro por un tiempo, para que sintamos el sabor del triunfo en la punta de la lengua, pero pronto desdibuja el tablero y nos quedamos sin nada. Cuando juega a las escondidas sufrimos demasiado: no la vemos, está lejos, se nos va, nos enfermamos el cuerpo, el alma, como sea, la vida nos parece un fantasma. Pero ella decide, casi siempre y entonces vuelve brillante y aparece de entre bambalinas para desplegar sus alas de vampiro disfrazado de querubín radiante y celestial. Y nosotros otra vez confiamos. “Humanos tontos y mortales”, pensará mientras juega con nosotros al bingo, a la lotería, a las damas, a la ruleta, al póker, al truco, al gallito ciego… nunca termina, nunca se cansa. Y nosotros tratamos de seguir su ritmo, o acomodar nuestro ritmo al corazón que late dentro nuestro marcando como un reloj, que aún es tiempo de salir a jugar. Hasta el día que, sin ningún motivo, se canse de nosotros y nos suelte de su ronda redonda y nos deje solos para siempre. Con su hermosa mirada, tan cruel y tan poco compasiva, la veremos alejarse de nuestro lado y la extrañaremos, a pesar de todo o por eso mismo. La vida es juego, vamos a jugarla. A jugarse. ¡Juguemos!.

jueves, 11 de marzo de 2010

Duma Key


“…cuando la memoria se aferra a un recuerdo con su máxima fuerza, nuestros propios cuerpos se convierten en fantasmas y nos rondan con los gestos distintivos de nuestra propia juventud…”
Stephen King, Duma Key

La tentanción de citar a un autor cuando me pone frente algo irrefutable, al menos para mi y en este momento de mi vida, es imposible de ignorar. Duma Key es un libro de los grandes, en todo sentido: más de setecientas páginas que no se pueden dejar de leer o ir a grandes zancadas, porque cada una de ellas es un instante en la vida de Edgar Freemantle. No importa en sí el nombre del protagonista, ni siquiera que es un constructor exitoso que de pronto pierde su brazo derecho y su matrimonio se va a pique, ni tampoco es importante que se traslada a un sitio apartado en una isla del Golfo de México, precisamente, a Duma Key. Lo importante de este libro, es que es uno de los grandes, uno de esos que King ha escrito poniendo toda la carne al asador (o a la barbacoa, en su caso). Como Carrie, como El resplandor, como tantos otros de los buenos, éste es buenísimo. Y toca profundo los temores más inmensos que tenemos todos los humanos, con ese toque sobrenatural que hipnotiza y hace la lectura más atrapante aún. Sale del drama para meterse en una dimensión donde conviven una anciana con Alzheimer avanzado, un ex abogado, casi suicida, y otros personajes que encuentran, por algún “click” en sus vidas, el paso a una “nueva vida”.
Hago un ejercicio con este libro: Olvido de que se trata de una novela y corro de la escena el elemento sobrenatural que enriquece la trama. Me impresiona la reflexión del autor, que a su vez escribe este libro luego de haber sufrido él mismo un accidente casi mortal. “Todos podemos ser Edgar Freemantle” concluyo ante el ejercicio. Ese hombre que, ante la pérdida concreta de su brazo y de su vida anterior, renace cuando comienza a pintar, cuando se encuentra solo con su limitación física, con su enojo y su ira, con sus carencias. De ese “tocar fondo”, es de donde sale su arte. Desenfrenadamente, locamente, instintivamente, sin aprendizaje alguno, más que el de haber dibujado planos durante muchos años, se lanza a usar lápices y pinceles y se convierte, sin desearlo, en un artista admirado y codiciado por las galerías más renombradas.
La historia sigue, y sigue, y es para no dejarla. Pero no voy a contar más. Sólo quiero poner el foco en esto. En cómo es posible avanzar, recuperando tal vez un sutil movimiento o gusto que habitaba nuestro ser en el pasado. Sus garabatos, en el pasado, nunca pretendieron ser más que eso. Pero alguien le recordó que los hacía, y así nació el artista, que siempre estuvo adentro. Buscar en el pasado lo que nos puede haber quedado sin desarrollar, por la razón que sea, es un ejercicio interesante y seguro, siempre productivo. No hay excusas de falta de tiempo, de momento no adecuado… para expresarse siempre debería haber tiempo suficiente. Vamos a buscar ese tesoro, por el placer de la búsqueda misma.

martes, 9 de marzo de 2010

Solos y solas


Miro con curiosidad esos avisos de viajes, encuentros, bailes, reuniones que se promocionan para “solos y solas”, como si se tratara de una nacionalidad, un grupo religioso o grupies de quién sabe quién. Pero no, todo sabemos a qué se refieren los avisos: a la gente que no está en pareja, o está pero va a esos lugares para “hacer como que no está”. Como sea, me da curiosidad el sentido que tiene para un “solo” o “sola” leerse así, ser llamado de esa manera, como si la pareja fuera lo que lo convierte en alguien como todo el mundo; si no está acompañado en ese sentido, está solo. Peor aún, es un “solo” o una “sola”. Una palabra que podría haber sido cualquier otra, pero que alguien acuñó hace siglos para definir a quien no está en pareja. Mi curiosidad se torna sospecha y algo más. Tal vez sea porque la vida me va dejando rastros que sigo como poseída para descubrir que todos somos “solos y solas” ante ciertos momentos por los que tenemos que pasar, sentarnos a contemplar el horizonte negro, mirar adentro nuestro y no ver nada bonito, mirar a nuestro lado y asustarnos de tanto dolor, como si fuéramos, otra vez, chicos y no hubiera consuelo posible.
Pero esa soledad es a veces necesaria para rehacernos, para vivir la vida posible que elegimos a cada paso. Sin soledad no hay posible mirada interior, sin soledad, no es posible construir lo que queremos. Acompañarse de amigos, de seres que amamos, de familia de sangre y de la otra, que nos hacen felices con su sola presencia, es reparador y benéfico. Es una transfusión de energía a un nivel incomparable. Pero la soledad no es siempre oscura, no es siempre “estar sin pareja” y muchas veces, quien sabe estar solo sabrá echar semillas nuevas en la tierra elegida y no habrá error posible, porque el corazón en reposo y en silencio sabe mirar de verdad. Y habrá espinas, claro, habrá pozos en el camino de tierra, habrá sensaciones que será necesario pasar a solas. Pero el camino será el que cada uno elija y eso es lo más valioso que tenemos: la capacidad de elegir, dentro del menú que nos ofrece la vida. ¡Que no es poco!

lunes, 28 de septiembre de 2009

Éxtasis


Un punto minúsculo se enlaza en un pequeño y oscuro escondite. Es semilla y raíz, se planta suavemente y así, cálido y latiente, se inicia como único. No siento aún su presencia, pero pronto, nada al compás de mi torrente sanguíneo que es suyo también. Pronto se hace carne y una puntada anuncia leve que algo está comenzando en mi interior. Ahora lo intuyo, lo compruebo, lo festejo. Es único y esperado, la vida dentro de la vida. Me siento una muñeca rusa, una cajita de música, una caja de sorpresas, un nido ambulante. Me reconozco capaz de cualquier cosa, invencible, autoabastecida, luminosa, superpoderosa. La piel se estira, la panza crece, el cuerpo cambia, toda yo soy cambio y ese cambio es para siempre, es el único sentir que me acompañará inalterable hasta el último suspiro. Cuento horas, días, semanas, meses; aprendo a contar en semanas, y pesadamente se acerca lo inevitable del fin, que será comienzo otra vez. Imagino tu cara, mientras en el éxtasis incomparable del parto sólo puedo pensar en que es hora de tenerte al lado. Ya puedo verte… acerco mis manos y te tomo. Redondo, pequeño, hermoso, el sol entero y toda su luz. Somos uno, pero somos dos. Me mirás, sin llorar, y comprendo en un segundo que vale la pena todo en la vida, absolutamente todo por ese instante maravilloso en el que me reconocés. Soy yo, la misma que te llevó en el vientre y ahora te lleva en el corazón, para siempre, hijo mío.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Aprender


Aprender
Aprendí a hablar, a caminar y a cantar desde muy, pero muy chiquita. A mi modo, aprendí a tocar el mundo, a saborearlo todo, a abrir, a romper, a construir, a golpearme, a llorar, a reír. Aprendí a andar en patines, a caerme de la bicicleta, a escribir largos poemas y cuentos interminables. Aprendí a pintar y a dibujar, robando los óleos de mi abuelo y a hacer maquetas con cajas de zapatos con dedicación casi obsesiva, durante horas y horas.
De a poco, aprendí a encontrar amigos, a correr de la mano, a jugar al vóley, a bailar, a viajar en colectivo y en tren, a maquillarme, a besar, a hacerme raros peinados y a cortar el pelo a mis amigas, para practicar porque quería “tener una peluquería”. Aprendí el deseo, el amor, el sexo, la belleza, el dolor, el consuelo, la desolación, la tristeza, la distancia, el fundirse de las almas, el calor de los cuerpos, el frío de la soledad.
Aprendí, lentamente, el tiempo, la finitud, la maternidad, el éxtasis del parto, la rara sensación de nacer de nuevo, con cada hijo. Aprendí a ser otra, a reconstruirme, a deshacerme y hacerme de nuevo. Aprendí a aceptar, a ver, a escuchar, a gritar, a brillar, a dejar que otros brillen, a amar sin límites, a comprender, a pedir.
Aprendí que no somos para siempre, que cuesta creer que tanto cuesta aprender para después, en algún momento de la vida, sentir la gran necesidad de desaprenderlo todo, todo lo que somos, para volver a empezar, como el Ave Fénix.
Aprendo a rehacerme, a tejerme, a nutrirme, a enraizarme y a volar, a amasarme, como el pan casero. Aprendo, estoy aprendiendo a desaprenderlo todo, para poder equivocarme, caerme otra vez, golpearme otra vez, reírme, llorar, cantar, bailar, amar, nuevamente, como por primera vez. Estoy aprendiendo a dejar atrás las máscaras, lo que los otros esperan que seamos, para simplemente ser. No postergar más, nada, porque lo vital es aprender que somos hoy, ni ayer, ni mañana.