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lunes, 10 de enero de 2011

Luna

Sutil, como la seda, supiste tocar mi piel con ternura. Mis manos compartieron con las tuyas ese espacio que solamente existe cuando estamos cerca.
Si no estás, no hay lugar para la alquimia, ni el desorden. Si no estás, el instante construido se desarma en gajos y semillas. Dan origen a otro instante, perenne y de follaje intenso.

¿Qué vive de esto?

El paso del tiempo alado.


Las gárgolas que cuidan las Tres Marías.


La canción que se hamaca en el silencio.


El puente de tu alma.


La luz espera que tus ojos amparen tanta vida y que descifres el secreto de esta noche, para siempre, para que puedas sonreir, como antes.

martes, 14 de diciembre de 2010

Mágico y misterioso


Tu mano abierta sobre mi espalda. Un recuerdo como un rayo que parte en dos el mundo entero. Y no puedo despertarme, porque el sueño espeso me hunde y me arrastra hacia abajo, profundo. Y es que no quiero despertarme, ni abrir los ojos, porque en ese espacio no hay nada más que tu mano húmeda sobre mi espalda crispada. Es en ese instante cuando no necesito nada más que ese contacto para sobrevivir. El misterio de la magia. El truco que no es ilusionismo, es magia ancestral, la cura de todos los males, la esencia del sentido de estar vivos. Podemos preguntarnos infinitamente cómo es posible que un detalle, un mínimo roce, deje una huella tan honda. No vamos a encontrar una respuesta, porque no hay una, sino miles o ninguna. Tu pregunta puede ser otra. Mi pregunta me la guardo, debajo de la almohada. Enciendo las luces de la casa y el sueño va cediendo inesperadamente. La magia sigue, intacta, a través de los años y de mi ventana.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Navidad


Es rareza de sentimientos y gustito a sidra con frutillas. No es recuerdo, ni voces del pasado. Es abuelos saludando desde las estrellas, aunque el cielo no acompañe. No es papá, ni Noel, ni del otro. Es papá en la película de la infancia, cuando más hacía falta. Es hijos, felicidad y risas, ruido de charlas alrededor de una mesa que desborda de comida casera. No es mi fiesta, no es cualquier fiesta. Es una fiesta con muchos sentidos, con mucho. Es pan dulce, es postre con crema, es regalitos para todos alrededor de un árbol, debajo de la cama, en cada rincón. No es brillante, aunque haya fuegos artificiales. Es luz tenue, de una noche con velas, con reflejos tímidos, con humores y amores que se mezclan. No es un corazón vacío. Es un corazón de almendras con miel, de árbol que crece, de sueños, de presente. No es lo que parece. Es lo que es.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Luna de metal

Hoy es un día azul metalizado. De sabor ácido como los caramelos de ananá que, quién sabe porqué, son precisamente de color azul. Sabe a metal mi boca, algo seca, algo deshidratada. Mi boca que no encuentra saciarse con la lluvia, con el agua, con la miel, con nada. Hoy es un día áspero, rugoso, que aprieta mi pecho hasta hacer doler las costillas, que crujen, se quejan de tanto ardor.
Hoy el día se viste de nostalgia, de cielo acaramelado, de manzanas, de árboles y bancos de plaza. Hoy la gran reina del pasado se sienta almidonada sobre mi cabeza y no me suelta. Sacudo mis hombros, camino rápido, esquivo su mirada, no quiero ni olerla, pero nada: salta hábil sobre mis sentidos y no me deja. Quiere decirme algo, quiere contarme una historia. Yo no se si quiero escucharla, pero no puedo salvarme de su relato. Debo escuchar para aprender.
Sabia, inmensa e inteligente, la reina me cuenta la historia, sin evitar ni un detalle. Y mis ojos se humedecen, se abren, se achican, se llenan, se ríen, se pierden. Mi memoria vuela sobre el tiempo de la noche que ya llega, a este día azul metalizado. El cuento no tiene principio, no tiene final. Es un círculo precioso, de hechos más o menos importantes, una historia matizada por nombres, lugares, que podrían no ser, pero son, aunque no importa que sean.
Quiero correr al encuentro de la noche. Ver la luna llena, plena, redonda, mansa, altiva, hipnótica, rebosante, desmesurada, atrevida. Quiero ir desvistiendo mi persona, desprendiendo mi andamiaje, desarmando mis costuras, mientras corro al encuentro con la luna. Fue un día azul metalizado. La luna no parece estar menos triste que otras noches de luna.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Ausente presente


Esa noche desperté ausente. No estaba, aunque si estaba. En la cama había un cuerpo, un rostro en reposo, músculos en descanso. La cabeza hacia un lado, un brazo colgando y casi tocando el piso y el otro sobre la almohada. Era mi cara, si, la reconocía, pero yo no estaba ahí. Era yo la que me había levantado y había salido de ese contenedor ahora extraño, en cierta forma. Era toda luz, memoria, calma. Sabía que era un sueño, porque veía subir y bajar levemente mi pecho, intuía la respiración, a pesar de estar fuera de mi.
¿Qué era lo que tenía que hacer? Una fuerza inevitable me llamaba tanto como para sacarme de mi propio cuerpo. Volé durante horas, salté primero desde la terraza y no tuve miedo. Flotaba como un globo, una hoja, un papel, arrastrada por el viento y a la deriva. Hacia algún lugar tenía que ir. Una necesidad imperiosa adormecía mi cabeza, despertaba todos mis sentidos. Olía cada aroma con el detalle de un sabio en perfumes: pasto, jazmines, dama de noche, perros, gatos, una cena tardía de sopa de verduras. Veía hasta el punto más lejano, no importaba lo oscuro que parecía el paisaje nocturno. Saboreaba el viento que daba fuerte en mi boca, entraba por los labios, y despertaba un ansia poderosa. Quería llegar. Escuchaba al detalle las tenues conversaciones que la madrugaba aún conservaba, un bebé llorando, dos personas discutiendo, los amantes trasnochando…
Y al fin, mi ser separado de mi cuerpo sintió un tirón muy adentro que lo detuvo en seco. Caí como quien de golpe se queda sin suelo bajo los pies. Caí profundo, abajo, abajo… no podía detenerme. Al fin, una suave tela dorada me envolvió y me sujetó. Todo fue en un segundo. El calor más intenso, el frío más desolador, el placer de la locura y la dicha de la plena felicidad. La tela dorada fue soltándome, dejando al descubierto lo que yo era sin mi cuerpo. Apenas una luz, un reflejo violeta, casi azul. Energía pura, sólo eso y nada menos que eso.
Cuando la tela me soltó por completo, desperté en mi cama, otra vez en mi cuerpo recuperado. Un sueño, un viaje a las profundidades de aquello que a veces inquieta, pero que es irresistiblemente fantástico.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Invitación


Está oscuro. Parece que el cielo hubiera decidido borrar todo rastro de luz esta noche. Y no hay luna, no hay nada en el alto abismo sobre mi cabeza. Arriba, la inmensa manta tejida de estrellas ya no está tendida. No hay redes de nubes levitando perdidas hacia alguna parte. No hay estrellas fugaces, cruzando las sierras de este a oeste para anidar en la parte más alta. No hay satélites rondando la ronda redonda de la infancia.
Cuando éramos niños, lo natural era acostarnos boca arriba sobre el pasto húmedo, taparnos con una frazada a cuadros y mirar lo que hubiera más allá. Adivinar qué nos decían las estrellas era un juego magnífico, un disfrute del alma y del cuerpo. Tocabas mi mano suavemente y la apretabas tanto que a veces pensaba que ibas a lastimarme. Pedíamos deseos, nos contábamos mentiras y algunas verdades, historias de terror y cuentos de príncipes que salvaban a hermosas princesas abandonadas. Nunca nos mirábamos mientras estábamos acostados así, tan felices.
Pero crecimos, y ahora no hay luna, ni estrellas. No nos detenemos a mirarlas, por eso no están. Están para otros, para los que saben levantar la vista y volar, y contarse historias imaginadas o leídas, en voz baja, sobre el pasto húmedo, tapados con una frazada. Para nosotros ¿qué hay? Miremos al cielo, esta noche invita y así tal vez, volvamos a ver las estrellas, los satélites, las estrellas fugaces. Quién sabe...


sábado, 26 de septiembre de 2009

Eros al sol


Empiezo por los dedos de tu pié izquierdo. Lo siento áspero y duro, en la planta, y huesudo en los costados, principio de tus raíces y tu crecer hacia arriba. Subo por el empeine, recorriendo tu pierna, marcando el vello que brilla al sol. La luz asoma apenas desde un rincón, una ventana abierta quizás, porque apenas está amaneciendo pero es suficiente. Presiento que es verano y todo lo inunda ese dorado que nace. Remonto la pierna, con delicadeza, con dedicación. Tu pierna izquierda está oculta bajo la sábana desdibujada, arrugada y blanca. Tu piel parece más oscura ahora; la toco y va cambiando, se hace más trigueña, o se vuelve más rojiza, más húmeda o más seca. Tu sexo emerge, sensible, entre la sombra del vello tupido de tu entrepierna. Descansa, así como tus ojos sueñan. Lo rodeo suavemente, con esmero, le doy forma. El abdomen, los brazos, el pecho, trazos lentos van tejiendo el camino hasta tu rostro, tu cuello. Tu cabeza reposa en una almohada, y dedico un buen rato a delinear tu pelo, lo cambio, lo mezclo, lo vuelvo a delinear. Tus pómulos salientes, los toco con las yemas de mis dedos, como si estuvieras. Te miro, tomo distancia para observar, con los ojos y con el alma. En silencio, me alejo de la tela, y dedico un tiempo demasiado lento para enjuagar los pinceles. No quiero dejar la imagen que se fue plasmando casi sin querer sobre el bastidor gastado, pero tengo que descansar. Es tarde. Sólo hay sol en la pintura. La noche se cerró sobre los techos, sobre el parque, sobre la casa. Es la hora del sueño.